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Empanadilla

Cierro los ojos tratando de encontrar una analogía que describa con precisión mi vuelta a Madrid y llega, de entre las tinieblas de la imaginación, a mi mente, el sketch de las Empanadillas de Móstoles de Martes y Trece. Y no solo porque mis amigos me dicen que he vuelto empanadilla, no. Os cuento…

Mi primera noche en la urbe fui víctima de la invitación “a cenar en casa” de mi amiga Rosy. Mi amiga Rosy tiene un piso muy molongui en Móstoles. Nuevo. Súper cuqui. En Móstoles. Quedamos a las 19:30h. En Móstoles. Así que cogí el coche de mi madre y recé a Jesusito, a Yaveh y todos los dioses del alfabeto hindú por que no hubiera mucho atasco en la M30. 20 minutos después había perdido la fe hasta en el ateísmo. 1 hora 40 minutos después estaba invocando a Satanás, tras pasar por tres peajes y saludar a un señor que me encontré en Griñón. Por fin llegué a casa de Rosy, que gracias al cielo calmó mi estrés con sonrisas, una cervecita fresca y una cena riquísima. Menos mal.

La segunda tarde en Madrid quedé con mi amigo David y mi amiga Fátima. Fuimos a tomar unas copichuelas. Con el primer gin-tonic ya estaba chispá. Con el tercero me empecé a quedar dormida de pie. A la mañana siguiente me sentía como si me hubiera comido un kilo de ostras muertas. Alcoholes destilados nunca mais, que creo que en La Gomera he desarrollado una alergia, o algo.

Mi tercera velada tuvo lugar en el Wagaboo. Menudo acierto. Esto es en serio y no pretende en absoluto ser una ironía. La cena estaba ñam ñam ñam. Además, la compañía era maravillosa: Andoni, mi mejor amigo de la adolescencia, y mis más mejores amigüitas del cole, que se encuentran en plena gestación o en proceso de crianza de sus hijos. Qué obviedad si dijera que aquello parecía más un brainstorming para el próximo número de “Tu bebé” que una reunión de treintañeras locas. Ganas de cortarse las venas con la cucharilla del café en aumento. A las 12 ya estaba tan agotada psicológicamente que me perdía la mitad de las coñas. Que estaba “agomerada” me decían. Ay.

Anoche no fue mucho mejor. Era el cumple de Leo y nos juntamos por La Latina un grupo más majo que las castañuelas. Pero qué horror. Gente por todas partes, gritando como si quisieran que les escucharan en Segovia. ¿Por qué gritaba tanto todo el mundo? Yo estaba medio intentando integrarme, medio intentando acallar las voces de mi cabeza, que gritaban más alto que las del bar y me estaban volviendo loca. Para regresar a casa, una odisea: Esquivar a toda la gente que te invita a meterse en sus garitos o intenta ligar con tu amiga, bajar al metro, esperar, hacer transbordo, salir, caminar, y 45 minutos después, al fin meterse en la cama. Uf.

No sé cómo serán los días que me quedan, pero he de confesar que estoy estresada, que me siento más perdida en mi propia ciudad de lo que nunca pensé que estaría. Aquí están las personas que más quiero, pero el ritmo de la ciudad me agota. Con lo tranquila que estaba yo en Alajeró, con mi playa de En Medio, mis Doradas y mis 22 graditos… Miau.

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Bettina & Mara vs Thelma & Louise

El lunes me lo cogí libre, aprovechando que Bettina (mi compi de recepción austriaca) también libraba, y nos fuimos de paseo, pi, pi, pi. La recogí a las 9h en su casa y subimos tranquilamente con el coche hasta Pajaritos para hacer la subida a pie al mítico (a la par que místico) Alto de Garajonay, la cima de la isla, de más de 1.400m de altura. Bueno, vale, la rutita que hicimos es solo 1Km, pero merece la pena, aunque entre la leyenda y todo lo que había oido hablar del Alto, me esperaba algo más mágico. Sin embargo, subir al Alto de Garajonay es un must.

Luego bajamos hasta Chipude, para emprender la subida a La Fortaleza, un macizo de origen volcánico que se yergue en mitad de un valle. En lo alto encontraron huesos de animales porque, por lo visto, para los aborígenes era un lugar sagrado y allí hacían sacrificios y rituales. La subida fue bastante jodida, la verdad, y peligrosa. Había tramos en los que había que trepar por la roca sin protección de ningún tipo. Un paso en falso y nos íbamos al fondo del barranco. Menos mal que las dos somos intrépidas aventureras y estamos preparadas para eso y más y logramos la hazaña sin mayor dificultad. Por cierto, vimos un macho cabrío que yo pensaba que era un Yak. Menudo bicho… ¡y menudos cuernacos!

Ya a la hora de comer condujimos hasta Valle Gran Rey y comimos pargo fresco y chopitos con un par de Doradas bien fresquitas. De postre, el mejor helado que he probado en mi vida, en una heladería artesana. Sabrosísimo, delicado, suave, refrescante. Mmmm. Me encantó.

Tarde de siesta y playita. Nos tomamos una última cervecita escuchando un concierto de jazz en la calle y volvimos para casa ya de noche, bastante acojonadas por una posible plaga de zombies en los tramos de carretera por medio del bosque.

¡Nos lo pasamos genial! Ojalá repitamos pronto.

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Valle Gran Rey

Hoy he librado, así que he decidido ir a conocer Valle Gran Rey. Me he quedado flipada. Es increíble, un paisaje como de película, entre acantilados, con casitas preciosas, palmeras, terrazas en las lomadas con mangos, papayas, bananas… He ido a la Playa del Inglés porque Nuria me dijo que esa playa era preciosa. Lo es, aunque en la playa me he sentido muy fracasada y no es para menos.

A los pocos minutos de plantar mi chiringuito: Toalla, bolsa, cholas, etc. ha venido una súper ola y me ha calado entera, como a cámara lenta. Qué sensación la de levantar la parte de abajo de la toalla, levantar el culo, recular como un cangrejo humano y sentir que todo el esfuerzo es en balde. Me he visto por lo tanto obligada a meterme hacia tierra firme, dejando el surco de humedad sobre la arena y remarcando mi pringadez. “Bueno, estas cosas pasan”, he pensado, muy digna, “Vamos al agua”.

A pesar del oleaje, que acojonaba bastante, yo veía que la gente se metía en el mar, así que le he echado valor y para dentro que me he ido. En qué hora. A la tercera ola me he pegado un revolcón en el fondo que he salido como un gato de la lavadora, con los pelos por la cara, habiendo tragado unos 2 ó 3 litros de agua. Qué sensación de derrota cuando me he tumbado sobre mi toalla empapada. Ay.

Luego he visto a una señora tumbada encima de la arena, untándose el polvo negro de pies a cabeza y he pensado que eso tenía que ser bueno. ¿No paga la gente por ponerse piedra volcánica caliente encima? ¡Pues ahí era de gratis! Así que he hecho la croqueta y me he exfoliado bien la piel. Ni tan mal, oye. Luego me he remojado un poco para limpiarme y a las 13h he decidido pirarme, con arena en las orejas, nariz y ombligo como para construir el castillo de Disney a escala real.

Cuando salía de la playa me ha pillado un guiri por banda… “¡Qué calor!” y como había un paseillo hasta la carretera, hemos empezado a hablar. Resulta que era un holandés llamado Bartolomé que llegó a La Gomera en el 83 para hacer un estudio sobre migraciones y hippies y ahora se había comprado una casa allí. Nos hemos tomado un juguito de mango en una terracita y luego me ha llevado a conocer a su hija y su finca en mitad de una de las lomadas, entre terrazas, un lugar precioso, imponente. Me ha regalado un CD de salsa que había grabado con un venezolano (¿?) y a las 14:30h he conseguido rechazar su invitación a quedarme a comer, que se ha puesto muy pesado.

Se había hecho tarde, así que de vuelta a San Juanito he parado a comer en Alajeró y me he puesto las botas: Potaje de berros y cherne con papas. He llegado a casa y después de dos horacas de siesta me ha llamado Nuria (mi primera y única amiga aquí, de momento): “Voy con mi marido a tomar algo, vente”. Me he arreglado un poco (ayer me presentó a medio pueblo y yo, que venía de la playa, con pelos de loca, la bata de la playa y las cholas, muertita de vergüenza) y he bajado al pueblo. Nos hemos tomado una cervecita, hemos dado un paseo y me han estado explicando un montón de cosas: de los vecinos, de pesca, de sus vidas… Me lo he pasado genial.

Ahora toca ir a dormir, que mañana pillo el primer ferry a Tenerife. Uuuhhh… Civilización!!! Estoy como si fuera la noche antes del primer día de colegio.

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